Hablar de “la primera vez que” tiene siempre sus riesgos, que siempre se pueden encontrar ejemplos anteriores, pero lo cierto es que las dos grabaciones swing del concierto para dos violines de Bach serían con el tiempo influencias cruciales en la historia del Bach tras Bach jazzístico. No en vano, con ellos se inicia el discazo antológico que ahora se han marcado al respecto los responsables de la lujosa edición "Bach 333": Bach à la Jazz. Y no solo se trata de una grabación crucial en el jazz bachianizado, sino el primer gran referente de un Bach versionado para la música popular de masas en sentido amplio. Y me atrevería a decir que hasta algo puede haber influido en el postrer historicismo interpretativo de la propia música barroca, por extraño que parezca . Fue en Francia, el mismo país desde el que décadas más tarde Loussier pondría de moda aquello del Play Bach. El mismo en donde, muy poco antes, había Koechlin publicado su influyente ensayo Le retour à Bach, del que ya hemos hablado en este mismo blog. Fue en 1937, en plena efervescencia de ese París de entreguerras a punto de ser cercenado. Y fue de la mano de un trío impensable por los mismos años en Berlín: un gay, un negro y un gitano lisiado. Para más inri, mancillando los tres con depravado jazz la música de todo un héroe del Tercer Reich. Hay que recordar dos figuras clave en estas históricas sesiones de grabación: la primera, Charles Delaunay, el promotor mismo de la propia idea, quien escogió el concierto de Bach con un tino innegable. Hijo de la famosa pareja de artistas formada por Sonia y Robert Delaunay, miembro fundador del famoso Hot Club parisino y jazzólogo de pro (suya es la primera discografía conocida), aquí lo tenemos visitando la mítica calle 52 de Nueva York poco después de la Segunda Guerra Mundial y de sus años en la Resistance: Al parecer, ni Grappelli ni South se desvivieron en un principio con la idea, les parecía incluso una ridiculez. Cuando Delaunay les puso esta grabación de Menuhin y Enesco debieron de sentirse abrumados por ese halo de sacra religiosidad que tanto daño ha hecho a la música clásica. Pero Django, en cambio, amante de Bach, el más bohemio de los tres, se entusiasmó desde el principio. Aunque sobresalgan los violines, fijaos en que el verdadero peso de la interpretación está en el rasgueo: los solistas debían transcribir sendas voces; pero el de los dos dedos, la orquesta entera (y además, de oído, pues no sabía leer partituras). La segunda figura clave fue la del crítico Hughes Panassié, cofundador del Hot Club junto a Delaunay, quien en su influyente Le Hot Jazz, de 1934, había proclamado a Bach nada menos que como “el precursor del jazz”, un mantra que ya desde entonces no dejará de repetirse nunca. Cuentan que fue él quien propuso una segunda grabación que estuviese menos apegada a la obra original: la idea era que no fuesen simplemente instrumentistas de jazz interpretando a Bach, sino que lograsen invocar a Bach fluyendo ya en el seno del jazz. Sin desmerecer la primera toma, lo cierto es que había que probar una segunda vez, faltaba algo. Y había que probar pronto, antes de que South volviese a Estados Unidos. Cuentan que Delaunay escondió esta vez las partituras a South y a Grapelli. Y entonces, desatadas las manos, en medio de las prisas que demandaba antes los estudios de grabación, surgió para siempre la siguiente maravilla: Hay días en que no puedo parar de escucharla una y otra vez. Para mí es una afirmación de vida. Una bofetada en la cara a todos aquellos que solo creen en la puridad, como si eso existiese. Un fresco ramalazo de belleza para cada vez que el mundo nos parezca demasiado gris y uniforme, demasiado puro. Los comentarios están cerrados.
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AutorPadre. Profe. De Música. De la Pública. Barroquero. Bachiano. Rockero. De izquierdas. Aliado. Ateo. Republicano. Andaluz. ArchivosCategorías |