Amadeus es una formidable película de la que abusamos los y las profes de música a lo largo y ancho del mundo. Tiene sin duda un alto valor pedagógico, aunque solo fuere porque está sonando la música de Mozart todo el rato, muy bien seleccionada, y porque logra que los chicos y chicas simpaticen no ya con Wolfgang, sino con toda una época. Además es una gran película más allá de su contenido musical: la actuación de Fahrid Murray Abraham como Salieri es ya parte de la historia del cine con mayúsculas, y la ambientación de la Viena dieciochesca desde la -casi intacta al tiempo- Praga comunista vale su peso en oro, por no hablar del debate estético filosófico y hasta socioeconómico de fondo, al que seguro que dedico otra entrada más adelante. Es verdad que está el riesgo de que tomen su argumento como verdad, eso sí, a pesar de nuestra insistencia al comentarla con ellos y ellas, pero bueno, se hace lo que se puede al respecto… Yo creo que sigue valiendo más la pena que ponerles un documental sobre Mozart, aunque los hay y muy buenos. Pero Amadeus es mucho Amadeus.
Del filme hay mucha pero mucha tela que cortar, como de la obra teatral de Schaffer en la que se inspira, pero hoy quiero llamar la atención sobre cómo podemos y debemos aprovechar su visionado para sacarle provecho desde un punto de vista feminista: sobre todo a partir de una escena que no aparece en la versión de 1984, sino en la del postrer montaje de Milos Forman: el chantaje sexual de Salieri sobre Constanze, la esposa de Mozart. Salieri, celoso de Mozart y enfurecido con su dios, pretende vengarse a un tiempo de los dos: de Mozart, por motivos obvios; de dios, renunciando a la castidad que le había prometido. Al final se echa para atrás, le basta con saber que ella accedería y la abandona humillada, desnuda, y ni siquiera le garantiza el puesto para su marido por el que ella estaba vendiendo su cuerpo a sus espaldas. Para entonces ya se han escuchado murmullos en la clase. Ocurre siempre. Y esos murmullos —y no tan murmullos— van por donde van: a culpabilizar a la víctima, mujer. Una veinteañera Constanze está siendo objeto de un abuso sexual en toda regla, y todas las veces que he puesto esta película recibe en ese momento todo tipo de juicios morales, por no decir calificativos soeces de todos imaginables,sobre todo cuando luego recibe llorando a su marido con el adagio para Armónica de Cristal de fondo. Dejemos a un lado que lo hace porque Mozart es un desastre económicamente a quien “el dinero se le va entre los dedos”, y que no tiene ni va a tener cargo alguno con su actitud insumisa tan poco práctica en esos tiempos. Dejemos a un lado, solo por el momento, que el hecho de que ella sonría no la hace cómplice, que solo es el papel fingido de una mujer que está a punto de ser violada. La cuestión es que nadie dedica ningún “hay que ver” a Salieri, el agresor objetivo. Pero para más inri, nadie dice nada ni recuerda que “Wolfi” ya le había sido infiel antes con la cantante Cavalieri, amor platónico de Salieri... Si cuando eso se hizo evidente se escuchó algo —¡tan algunos minutos antes!—, no fueron precisamente improperios hacia Mozart, que quedó como mucho como un simple pillo mujeriego al que darle la típica palmadita patriarcal. Y hete aquí que microsociedad de la clase refleja a la perfección la sociedad misma cuando ante un mismo acto se juzga de diferente forma a hombres y mujeres. Que en realidad no es ni siquiera el mismo acto, pues en uno de ellos no medió coacción alguna. Pero la primera en ser condenada es Constanze. Vamos, lo que viene a ser la típica y machista culpabilización de la víctima, de manual. Bien, en ese punto le doy siempre al pause y comparto esta observación. Así de simple, como simple y fácil de entender es lo que ha ocurrido. Bien es verdad que siempre se genera un debate espontáneo entre quienes aún están con el “sí, pero…” y quienes ya lo han visto claro o ya lo tenían claro desde el principio (que suelen ser chicas, a propósito). Pero al final, las resistencias van cayendo por su propio peso, y punto para el feminismo, que como poco, todos y todas se quedan pensando. También es buen momento para reflexionar sobre los demás aspectos machistas de la película. Amadeus supera el test de Bechdel por una simple y breve conversación entre Constanze y la sirvienta espía preguntándole “quién la envía” y luego “cuándo puede empezar”; en el segundo caso, en plena afrenta por Mozart ante su padre (es decir, con un hombre de por medio al fin y al cabo). Es un buen momento para explicar en qué consiste el test, y, comoquiera que alguien dirá que las mujeres no formaban parte protagónica alguna en esa época, recordadles que ni eso es cierto ni por ello dejaban de hablar entre ellas. Se echa en falta, de manera clamorosa, que en las escenas del Mozart infantil apareciese la Mozart infantil, Nannerl, reconocida pianista que acompañaba a Wolfgang en los viajes de explotación circense organizados por Leopold. Y la escena de los perros, con la alumna de Mozart sufriendo de timidez, también da pie a recordar el papel que se le reservaba a las hijas de la alta sociedad, o de la burguesía, desde finales del XVIII y durante todo el siglo XIX: aprender a tocarlo, sí, pero solo como parte de una educación en donde debía prevalecer la discreción y la elegancia, no ninguna aspiración profesional seria. De hecho, fue crecer un poco, y a la propia Nannerl ya le tenían marido previsto para difuminarse en la historia, justo mientras su hermano se lanzaba de cabeza al mundo. Y aún se puede cortar más tela: los argumentos de las óperas, la ausencia de instrumentistas mujeres en la orquesta real, la suegra estereotípica... Observo que para los cursos más jóvenes tal vez sea mejor poner directamente la versión antigua, en donde la escena en cuestión desaparece a cambio de una simple negativa de Salieri a darle el puesto a Mozart; y ello, a pesar de haber sucumbido a la belleza de sus partituras con solo echarles un vistazo e imaginarlas absorto… En todo caso, debemos siempre advertir que la película contiene un pasaje que podría herir la sensibilidad de alguna alumna, y lo más correcto es indagar antes sobre si es apropiado o no ponerla y hacer revivir a nadie nada. Siendo sutiles, claro. Te invito a participar con algún comentario tras el siguiente hilo de Twitter.
5/12/2018 Es tiempo de mojarse
Soy profesor. En la pública. En Andalucía. Llevo algo más de una década enseñando Música, esa asignatura tan maltratada, lo que puedo y como puedo. Y pronto me di cuenta de que estaba para algo más que para hablar de Mozart y compañía. Convivo con el machismo, la LGTBfobia, la gordofobia, el racismo, la xenofobia, la catalonófoba en particular, y todas las demás fobias que se os ocurran. He pasado por clases en las que las chicas creían que acercándose a unas plantas teniendo la regla las matarían, a las plantas, o que es normal y natural que cuando salgan de fiesta deban volverse antes a casa que sus compañeros; he visto a unos chicos reírse de una violación; a un chaval, explicarme que él no le decía a su novia cómo vestir, que solo le hacía recomendaciones por su bien, para protegerla; he escuchado a niños y niñas convencidos de que los chinos han acabado con el trabajo en su ciudad, o que los marroquíes vienen aquí con la idea de obligarnos a todos y a todas a rezar hacia La Meca; he presenciado la normalización de bromas continuas sobre la diversidad sexual, terroríficamente invisibilizada a pesar de una supuesta e hipócrita tolerancia; a una chica, que si tenía un hijo homosexual lo abandonaría. Y sobre todo, he visto mucho acoso escolar al y a la diferente, por el motivo que sea, tan solo por diferente, especialmente si tenía algún kilo de más que el resto de su clase, especialmente si además de eso se trataba de una chica.
Y todo esto es a vuelapluma. Cada año suelo tener unos doscientos y pico de alumnos o alumnas, lo que viene a ser una muestra significativa de la sociedad futura, con todas sus futuras mierdas. O mejor dicho, de la actual, de aquella que aún no vota pero que también forma parte de ella. Con el paso de los años han cambiado algunas cosas para bien, pero otras han permanecido intactas, por desgracia. Y una de las intactas, que aún no lo he dicho, es la desmemoria histórica, aquella que olvida lo hay que debajo de la tierra y lo que hubo por encima, aquella que se encarga de difuminar el pasado para blanquear el presente y condenarnos a repetir algunas cosas que no deberíamos repetir jamás. También convivo con todo lo contrario, quede claro: jóvenes con ganas de cambiar el mundo, que valoran la diversidad como algo enriquecedor, que desprecian las supremacías y demás complejos, que desafían lo que la tradición espera de ellos y de ellas. Tenemos también una juventud estupenda, qué narices, con todas las faltas de ortografia y grupos malignos de WhatsApp que queráis. Los y las hay que acuden a manifestaciones en defensa de la escuela pública, conscientes de lo que se juegan. Los y las hay que hasta se describen como feministas, que esa palabra ya no repele tanto como hace diez años. Y los hay que se dicen antifascistas, a las claras, que bien que saben que Franco y compañía no les representan. Eso sí, hay que recalcar que no es lo mismo tratar con chavales y chavalas de 1º o 2º de ESO (11 o 12, 13 o 14 años) que con chavales y chavalas de 3º de ESO en adelante (14, 15, 16, 17). Los chicos y chicas del primer ciclo de secundaria suelen pertenecer a los cursos más conflictivos, donde se practica la supervivencia en la microsociedad de su clase, y al lío y la desinformación que tienen aún para muchas cosas, tremendos, se suma el miedo a no ser aceptados o aceptadas. Recuerdo el caso de un alumno inmigrante que por serlo lo pasó muy mal el primer año, y al segundo colaboraba proferir insultos racistas al nuevo compañero inmigrante. Si eso no es para pararse a pensar… Estos cursos, en fin, son el mejor territorio abonado para que afloren los prejuicios, más aún si, como insistimos tanto los y las docentes, se sigue sin invertir en medios tan esenciales como la bajada de la ratio o la atención a la diversidad, que permitirían una atención más personalizada y un ambiente de aula mucho más positivo e integrador. Pues bien. A los y las profes implicados que queremos poner un granito de arena en este panorama hay quien nos llama adoctrinadores, esa palabra tan fea. Es una estrategia muy típica en la ultraderecha: si me acusas de fascista, el fascista lo serás tú por ir por ahí poniendo etiquetas de fascista. Pero cosa más clara adoctrinante no hay que lo que ocurre en la mayoría de escuelas concertadas y privadas, y sin embargo, con esas no hay problema: el problema es cuando se “adoctrina” por abajo, cuando no hay una empresa por arriba a la que rendir cuentas. También puedes elegir ser un profe facha en la pública para que te respeten, que alguno hay, de esos que interrumpen los talleres de igualdad para decirle a la ponente “que también hay que hablar de las denuncias falsas, que las hay a porrones”, delante incluso de los chavales y chavalas, doy fe. De esos que deberían saber que si desmantelan la pública también se irían al carajo, a propósito. Escribo a esto a pocos días de la vergonzosa entrada en las instituciones andaluzas de un partido que lleva en su ideario el odio como bandera, con especial saña a mujeres, feministas, personas LGTB e inmigrantes. Y que se presenta con todo el resquemor del mundo hacia la memoria histórica, la que quieren dejar de remover, no vaya a ser que alguien tome nota de lo cómo lo dejaron todo sus héroes pretéritos. De alguna manera, y con algún empujoncito mediático que igual sobraba, han logrado calar en una parte de la sociedad a la que no le importa que la asocien con todo esto. Y parte de esa parte también debió de pasar por una escuela pública, lo cual solo podemos describir como un fracaso del sistema. Quizás, el mayor de todos. No es que la escuela deba señalar a quién se vota. Es que debe promover ciudadanos y ciudadanas de mente abierta, y la gente con mente abierta y un mínimo de respeto por sus semejantes (y por los animales, por cierto), no acaba votando a partidos como Vox, ergo si Vox tiene 400000 votos y muchos son de jóvenes, los y las actuales profesores tuvimos la oportunidad de hacer algo al respecto. Así de claro hay que decirlo. No tenemos tampoco una varita mágica, y la sociedad entera también influye, de hecho influye más, familias incluidas. Pero aun así nos urge como mínimo la reflexión, y en eso estaba Juanito Libritos el otro día cuando descubrió que algunos de sus antiguos alumnos simpatizaban con la ultraderecha (nota bene: aunque apoyo a Juanito, sí opino que lo de stalkear a antiguos alumnos no fue adecuado, pero quedarnos solo en eso es quedarnos en el dedo mientras nos señalan la luna: la aciaga realidad que pintó sigue siendo la misma). Si aún no leíste su retuiteadísimo hilo, aquí lo tienes:
El relato tuvo tanto éxito que, irónicamente, nuestra aún presidenta en funciones lo difundió, no sin poca vergüenza de su parte —y usando una fuente indirecta, por cierto—, tras años fotografiándose con el tradicionalismo más rancio de nuestra tierra (el Rocío y su maltrato animal, el Cristo de Mena y su legión, etc.), tradicionalismo intocable para la ultraderecha, la Iglesia y el ejército; tras años permitiendo la progresiva desaparición de líneas en la pública, objetivo de la ultraderecha; tras años dando aire a la catalanofobia hasta con una campaña en la que dio entidad y alas al propio Vox, que partía con menos votantes que Pacma —véase su vergonzosa actuación durante el debate—, esto es, a la ultraderecha misma. Tendría la idea ingenua de que los y las votantes que dicen aún más derecha que lo que es ella misma se fragmentasen. Pero el tiro le salió por la culata. Acompaño su hipócrita tweet con otro de 2014:
A esas alturas a mí ya no me sorprendía lo que contaba mi compañero malagueño en su hilo, sinceramente, pero le leí con el amargor que supone confirmar que no eres el único que intuye lo que está pasando desde hace ya mucho tiempo, viviendo en directo a pie de aula cómo se descarrilan los trenes a cámara lenta. Recordé en concreto a un alumno que tuve hace años en Jerez, machista, homófobo, racista y xenófobo, todo en uno, de quien no fui capaz de conseguir que se replantease al menos un poco alguna de las bestialidades que salían por su boca. Calculo que aún no puede votar, pero acaso en pocos años se sumará a esta estupidez, si es que esto se convierte en un tirón y no queda solo en aviso. Eh, pero que vote por supuesto a quien le dé la gana, faltaría más. La gente es libre de estar llena de odio, y no es su culpa que a Vox no le hayan aplicado lo de Popper y su paradoja, no es su culpa que ahora le estén echando hasta lejía para blanquearlo. Con todo, lo que de verdad me impactó del hilo de Juanito fue leer las reacciones cavernarias que suscitó, al margen eso sí de numerosos apoyos. La gente sin comprensión lectora o/y de perfiles patrioteros enseguida dedujo que sus clases debían de ser recitaciones en voz alta de la ideología de Juanito Lenin con tridente y rabo, pero una lectura cual como la esos niños que recitan el Corán a cabezazos contra el suelo, digo yo. Que él seguro que les decía a quiénes tenía que votar y a quién no, y que como profesor no debería meterse en nada de eso, por supuesto. Que se ciña a su asignatura, pues de todos es sabido que las asignaturas son compartimentos estancos y lo de los temas transversales es una tontería. Y por supuesto, que el verdadero fascista era él, y por tanto, “la nueva Junta” (como se leía en un tweet) debería despedirle de inmediato. Si añadimos que encima recordaba en el propio hilo que es abiertamente gay, pues apaga y vámonos. Sabemos que en otra época no solo le habrían fusilado en redes. El problema es que esa es justo la época que quieren rescatar los y las votantes de Vox.
No es nuevo. Los señoros y señoras de ultraderecha nos la tienen jurada a los y las maestros y maestras de la pública, como entonces se la tuvieron a los de la República. Es lógico, especialmente a quienes no disimulamos que estamos en contra de la ultraderecha. Digamos que es otra tradición, y anterior al 31, no crean. Ya me diréis, si ni siquiera creen en la educación pública. Ni en el laicismo. Ni en el feminismo, por descontado. Ni en los derechos humanos que defendemos a toda costa día a día. Si fuera por ellos, no creerían ni en el de la educación universal y gratuita. Resulta que la escuela pública acerca las distancias entre clases y celebra las diferencias entre personas, y a la ultraderecha todo eso le escuece, y mucho. Sobre todo, me llama mucho la atención que blandan la Tizona sobre un supuesto adoctrinamiento aquellos y aquellas que tienen fantasías húmedas con la vuelta del Espíritu Nacional franquista, a la mayor gloria de doña Isabel la Católica. Aquellos que nunca cuestionan si tiene sentido seguir tragando con una asignatura de religión, salvo si la es la islámica, mira tú. Aquellos tradicionalistas cuyo argumento para todo es “que siempre ha sido así”, y a quienes les importa una mierda si con ello fomentan la violencia de género o la represión de la sexualidad. Aquellos que joden vidas enteras de personas que no pueden ser quienes quieren ser. Aquellos que construyen muros mentales para que sus adeptos vean como algo natural y deseable que se construyan muros físicos con otros países. Aquellos que apoyan sin pudor el adoctrinamiento que sí que se produce en la mayoría de escuelas concertadas. No, lo nuestro no es adoctrinar, es nuestro maldito trabajo, nuestra preciosa obligación. Pero no nos pueden perder las formas. El siempre elegante Luisma López, quien no olvida de hablar a su alumnado de las Trece Rosas, marcaba una estrategia desde luego impecable:
Ahora bien, esto, que es muy noble, tiene por desventura algunos riesgos, pues los chicos y las chicas tampoco son los pingüinos en peligro de cierto documental de National Geographic, que al final hasta los de National Geographic decidieron ayudarles, por cierto. Y sí, la palabra es ayudarles, por prepotente que suene, porque si no, se volverán en contra de sí mismos y no solo contra la sociedad. Igual que les ayudamos a estudiar, a descubrir su vocación, a relacionar lo que aprenden con el mundo que les rodea, pues también les ayudamos a combatir los prejuicios que les vienen dados, a enfrentarse a los estereotipos, a cuestionar el odio como solución a cualquier problema. Son chavales, menores, no son culpables aún de nada. Y esa ayuda puede lograrse como dice Luisma López, pero a veces quizás no. O al menos eso me pregunto y eso os planteo. Porque hay chicos y chicas que no entienden las sutilezas, y entre ellos suelen estar precisamente futuros maltratadores y futuras maltratadas, por ejemplo. Es verdad que tampoco consigues mucho de la confrontación directa, que solo reafirma posturas (algo muy normal entre los y las creyentes religiosos cuando se les recuerda que no existe ningún dios, algo que ni me atrevo a hacer en clase, que lo siguiente más protegido es el rey). Puede ser que les des las mejores "herramientas de análisis, pero que aun así eso no contrarrestre lo que reciben de otros lados y al final hasta titulen en la ESO convencidos poco menos de que debería volver la Inquisición. ¿En serio podemos dormir bien así, compañeros y compañeras? ¿Tantos proyectos de igualdad, valores éticos, alternativas a la irracionalidad, temas transversales, competencias sociales y ciudadanas para eso? Vale, hay que poner los datos más objetivos sobre la mesa y sacar adelante sus propias ideas, por supuestísimo, pero eso no quita que se les hable claro cuando haya que hablar claro, eso no debe dar pie a que no nos queramos meter en líos (ojo, lo último que quiero decir es que Luisma López haga algo parecido). Yo, que como profesor de izquierdas de la pública también me siento aludido en los epítetos que recibió Juan, declaro a quien le pese que no me siento adoctrinador por decirles claramente que no es “normal” como sinónimo de deseable que haya personas apoyando la destrucción de ciertos valores sociales que ha costado tanto conseguir, con muertos, muchos muertos de por medio. Y muertas. Y que esas personas ahora estén consiguiendo tantos apoyos a base de mentiras y de la coyuntura política y mediática actual. Como que es falso que los inmigrantes estén destruyendo la sanidad privada o que sean ellos los culpables de la mayoría de agresiones sexuales. O que no hay ningún muro (Berlín, Palestina, México) que debamos emular en Ceuta y Melilla. O que Franco sí fue un dictador y sí perpetró un golpe de estado contra un gobierno legítimo, y que en Cádiz aún hay familias que buscan no ya familiares en las cunetas, sino bebés robados hasta en los años ochenta. O que el feminismo no es lo mismo que el machismo pero referido a mujeres, o que el llamado hembrismo no existe en una cultura patriarcal. O que no es pertinente desde un punto de vista pedagógico que la duración del segundo trimestre se determine por una celebración religiosa que además cambia de fecha cada año, caramba. O que Suárez se rió de todos nosotros y nosotras cuando declaró por qué evitó un referéndum sobre la monarquía. O que el rey emérito fue investido entre manos alzadas. O que no deberíamos tener partidos de ultraderecha en las instituciones. O que en la concertada sí que adoctrinan: en supersticiones de la Edad de Bronce y en neoliberalismo a ultranza. La equidistancia, para quien se la merezca. Tal vez, el resultado más adoctrinador pudiere ser que hagamos creer que no tenemos opinión propia como el resto de personas, y que por tanto no somos infalibles. Cuando los periódicos ponen en una sección aparte las columnas de opinión, pareciera quizás que no “opinan” también de facto en la sección de noticias. Y opinar, en realidad, no es malo. Las opiniones concretas sí que pueden serlo, sobre todo si no están documentadas. Lo malo quizás es cuando encubres que opinas. Creo que es necesaria una vuelta de tuerca más a lo que dice Luisma López, teniendo en cuenta siempre la diferenciación de contextos y la libertad de cátedra que nos procura ser empleados y empleadas públicos —y de ahí la obsesión de algunos por desfuncionarizarnos—, una libertad que solo debería tener límites si en tu acción docente contradices los derechos humanos, así de simple. No somos científicos trabajando con probetas: pretender ser asépticos en todo esto nos convierte en convidados de piedra, en relativistas neutralizados antes que en neutrales. Y hay cosas en las que no toca ser neutrales, ni que nadie piense por un solo segundo que lo eres, siendo además un referente —público— de tu alumnado, del futuro opresor, pero también del ya oprimido. Lo demás es legitimar como potencialmente válidas algunas tesis que no merecen ni esa posibilidad:
Jugamos con fuego, lo sé, pero por eso mismo. Tenemos una gran responsabilidad y estamos en un lugar en donde podemos lograr cosas. Yo por ejemplo, pues no, no duermo bien sabiendo que por mis clases han quizás pasado futuros maltratadores y no he podido hacer nada para evitarlo. Y sí salvaría a los pingüinos de tener ocasión de hacerlo. Quiero pensar que al menos sí que he puesto algún granito de arena para que que la cosa no haya ido aún a peor, y no hablo solo de los votos de Vox. Como el propio Luisma López al que aludo, al que también llaman fascista de vez en cuando. Como la inmensa mayoría de mis compañeros y compañeras. Al poco, leí este amargo tweet Nando López, dramaturgo, escritor y también compañero, muy querido en el claustro virtual por sus obras juveniles y por sus certeros hilos docentes:
¿Podemos estar en contra de la homofobia sin ser sutiles, verdad? Igual no convencemos al homófobo, pero sí damos fuerza al chico o a la chica homosexual; igual sí que apagamos algún fuego. ¿Y por qué no entonces podemos estar en contra de un partido homófobo que apoya y al que apoya la bazofia de Hazte Oír, por muy partido sin ilegalizar que sea? Las respuestas al tweet de Nando López también se las traen, a propósito. Porque están crecidos con esta situación, nadie les para los pies en seco, que Ana Rosa Quintana le pregunta a Abascal si hace pesas, PP y Ciudadanos se dejan querer y hasta los representantes de la Iglesia casposa los edulcoran, entre otros tantos muchos y muchas personas de este aciago circo que favorece que la ultraderecha siga creciendo con pieles de cordero. Pues no, yo no voy a contribuir a su normalización dejándoles montarse siquiera en ninguna balanza y sin describirles como fascistas, por más gastado que esté el término en boca de ellos mismos. Es tiempo de trabajar, de trabajar bien, de ser más profes que nunca. Y trabajar bien como profes no es solo usar la última metodología pseudoinnovadora y chupiguay, a propósito: es, por encima de todo, mojarse el culo para defender una sociedad mejor. La ilustración es cortesía de Pedro Cifuentes (@krispamparo) Te invito a comentar la entrada respondiendo al siguiente tweet:
La razón te la da el contexto. Y hay veces que este pide a gritos que tires el maldito libro de texto a la basura, el cual no sé muy bien por qué se le llama así: tendría más sentido decirle "libro didáctico", y aún habría que hacer cierto esfuerzo para no anteponer "presunto" a la expresión; o mejor, "libro didáctico homologado", para ser transparentes y que nadie piense que caen de los árboles. Que ni son baratos, ni inocentes. Las siguientes reflexiones —que dividiré en dos entradas— versan sobre mi experiencia personal ante el libro didáctico homologado, por poner un granito de arena a la cuestión, con Música de fondo, pero también otros fondos, y tienen digamos tres partes que se interrumpen un tanto entre sí: una introducción sobre la utilidad de los libros per se, aún como entes vírgenes conceptuales libres de pecado, pero lo pongo ya difícil hablando de los del pasado aún no superado; otra, sobre los libros reales y concretos que se nos imponen en la actualidad (que no son ni inocentes, ni baratos, decía); y otra última dispuesta para fantasear con posibles soluciones o, al menos, invitar a la reflexión. Porque tenemos un gran problema. Mala fama tiene su uso en la pedagogía moderna y no tan moderna ya, y lo cierto es que se la han ganado a pulso desde los tiempos de los reyes godos. Desde luego, no me refiero a los tiempos de los de reyes godos de carne y hueso, y a buen entendedor pocas palabras bastan. En este enlace, por ejemplo, un recuerdo amargo de hasta dónde puede llegar un libro antididáctico homologado por el mismísimo régimen franquista. Nos pueden parecer ejemplos muy crudos y demasiado evidentes, pero una dictadura podía lograr normalizarlos en la sociedad, y en buena parte eso se hizo precisamente a través del control de la educación.
Pero los virus a veces no mueren, solo mutan para adaptarse de nuevo. La gran pregunta es cómo nos juzgarán dentro de otros cuarenta años, cuando la distancia colabore en que lo sutil se transforme en evidente. La gran pregunta es qué se nos está escapando ahora mismo, y en qué medida no hemos cambiado tanto como nos gusta creer, que ya no hay dictadura pero sí amancebamiento. Jaione piensa que "nuestros mayores" salieron bastante bien, pero está claro que no todos: solo así se explica la España rancia del "a por ellos", la que defiende a una manada de violadores o la que se cree todos los bulos sobre los y las inmigrantes: el legado de la educación franquista sobrevivió a sus libros de texto. La mala fama de hoy tiene su origen de aquí, y con razón, y no solo por sus contenidos, sino por cómo se usaban a pie de clase —que no es como los usan hoy la gran mayoría de profesores y profesoras de la Pública, a propósito, por mucho que esos y esas gurús del BBVA se empeñen en hacernos creer lo contrario—. La innovación educativa no consiste en quemar libros de texto cual inquisidores sin siquiera abrirlos, que también los bolígrafos han firmado fusiles al alba y nadie tiene nada en su contra. Está claro que hay contextos en los que la presencia del libro puede estar justificada, y hasta leer algunos de sus pasajes en voz alta. Ciertas asignaturas, en ciertos niveles, con cierto alumnado. Es que es de perogrullo, nadie discute esto desde hace décadas. Lo que ocurre es que la inercia convirtió a los libros homologados en poco menos que el estado natural de las cosas, con las dependencias monolíticas que eso creó, a alumnado y a profesorado, y sus pescadillas aún se muerden la cola, eso sí que es verdad. Pero como somos muy de matar moscas a cañonazos, pues a veces nos creemos que muerto el perro (o sea, el libro) se acabó la rabia. Y no. Los contenidos sin libro parecen —parecen— a priori más abiertos; ahora bien, con un libro de texto de por medio tampoco tendrían por qué dejar de ser así; eso sí, empleando este como complemento y no como dictador de vacuas memorietas, es evidente, igual que con cualquier otro libro de lectura o material didáctico. No, la culpa no es del cuchillo —¡o de los móviles,ejem!—, sino de quien lo empuña para degollar la creatividad en lugar de para pelar papas y cocinar una gran tortilla. Con cebolla, claro. Y si no te adecuas al contexto, ya da igual que uses el mejor libro o ninguno: ni el mejor será tan bueno, ni su ausencia te garantizará nada. Recuerdo que en mi primer destino ya tenía el libro puesto de antemano por el anterior jefe de departamento: cuando lo dejé de lado, algunos chavales se llegaron a quejar a la mismísima directora, que además les dio bola y me pasó el mensaje en una sesión de evaluación. Además de desorientados, estaban nerviosos, cabreados. Y lo peor es que les daban la razón. Ese fue mi primer toque de atención tras unas oposiciones en las que, al contrario, decirle a un tribunal que seguirás un libro a rajatabla es la mejor forma de suspender automáticamente. Cosa que me parece bien, de las pocas que me parecen bien de las pruebas, por cierto. Pero tiene su ironía, porque luego es todo mucho más fácil si vendes tu alma al diablo. Hasta aquí el debate ontológico: tras los años sigo prefiriendo no tener nada fijo y crear mis propios materiales; o, por supuesto, trabajar en la recolección de las mejores aportaciones de otros, que lo que hay por Internet de mis compañeros y compañeras le da mil vueltas a cualquier libro de texto (cuyos autores y autoras se inspiran muchas veces en lo que los y las profeblogueros y profeblogueras creamos y compartimos, dicho sea de paso...). Ahora bien, reconozco que la dependencia que encuentro en algunos cursos, sobre todo en los más cercanos a primaria, permite o incluso exige la existencia de algo tangible, a todo color, con los contenidos ordenados de algún modo, aunque no sea el que me gustaría a mí. Admito a regañadientes que su presencia legitima y prestigia nuestra asignatura, tan menospreciada, aunque hay más formas de conseguir esto que con papel satinado, por supuesto. No veo mal los libros didácticos como referencias puntuales para quienes aún no son capaces de coger apuntes, o para quienes ni aparecen y necesitan materiales unificados para recuperar, o para tener ejercicios de un momento a otro para la sala de convivencia (ese eufemismo que solo compite contra el del Ministerio de Defensa). Y ni digamos ya en otras asignaturas con mucho más peso en lo textual y en lo numérico. De momento he aceptado tenerlos en 1º y 2º de ESO, pero solo porque en Andalucía ya media el chequelibro, que si no, seguiría aún negándome de todas, todas. A partir de aquí, el debate de a pie de trinchera, ampliándolo allende Andalucía, o Navarra, o País Vasco. Y aquí va mi tesis: aceptando la posibilidad de su pertinencia eventual como complemento en determinados cursos, mientras conseguimos aulas con más medios, ratios más bajas, y alumnos y alumnas menos dependientes de los libros de texto, aún todavía nos quedarían dos problemas muy graves que resolver: 1) los libros homologados que se nos ofertan suelen ser una basura, así de claro lo diré; y 2) los libros de texto cuestan un riñón, y el chequelibro (que es un paso, pero tampoco es la panacea, ojo) no se oferta en todos lados. Resulta que, a priori, como libro de texto principal solo puedes escoger de entre una pequeña gama de candidatos: el selecto grupo de los homologados. O pseudohomologados, hablemos claro, pues rara vez son mirados con lupa por las administraciones, que hay mucho dinero e ideología en juego. Alguna vez ha ocurrido que el libro se retira tras alguna denuncia mediática, pero se retira porque se permitió de antemano, no nos olvidemos de eso. En Andalucía no recuerdo el caso, recuerdo esta cosa tan repugnante que, ante la presión, decidió retirar no la Junta (!), sino la propia editorial, Anaya, confiando el nuevo libro retocado a los mismos autores. Y ya está. Aquí no ha pasado nada: ni una multa simbólica, ni una sanción: el resto del libro sigue estando homologado. El único que ha regulado algo es el propio mercado capitalista, que Anaya solo quiso lavar su imagen para no verse afectada.
Los libros de texto homologados suelen ser regulares, malos o hasta buenos en su parte más digamos técnica, pero desastrosos casi siempre en su currículum oculto (o en el evidente). No, "desastrosos" es un calificativo muy suave: albergan discursos de odio promovidos sin pudor, así de claro lo diré. Nada raro sabiendo que las editoriales que dominan el mercado son católicas. Pero lo de menos son los ejemplos espectaculares como el de Machado y Lorca, lo realmente dañino es lo que nos quieren colar revuelto en el puré. De la parte técnica, cada uno lo sabrá bien en su materia. A veces se tratan los contenidos con excesiva e innecesaria complejidad; en otros casos predomina el simplismo historiográfico, abundando prejuicios superados por la universidad más decimonónica. En el caso de Música, si bien hay buenos materiales en lo que respecta a partituras o musicogramas, los textos en sí suelen ser de lo más inadecuado. Eso sí, también predominan partituras puestas como relleno de pavo, que ocupan páginas y páginas que solo encarecen el producto, habiendo miles ya por Internet y con arreglos mucho más adecuados a nuestras realidades educativas. Además, a nadie se le ha ocurrido poner partituras con los nombres de las notas encima de las cabezas, algo que practicamos los docentes de música y que es básico para atender a la diversidad. Pero lo peor son los contenidos, y aún no iré más allá de lo estrictamente musical. Me centraré en la parte histórica, con ejemplos al tun tún que recuerdo mientras escribo. La polifonía se inventó un buen día en Notre Dame, por supuesto, y a mayor gloria de la Iglesia católica. Hablaremos de la música de los siglos de la Edad Media en España... ¡obviando por completo la música andalusí! La dinámica de "Nuestra música" y de "otras músicas del mundo" rozará el racismo, si es que el racismo se puede rozar. Y si hay alguna compositora, su lugar será el de algún recuadro perdido, como rara avis, como una extraña invitada. Por cumplir y que conste, no más. Feminismo neoliberal de última hora, que no es feminismo ni es ná.
Las etapas de los periodos musicales son las mismas que podríamos encontrar en un manual de 1947, pues hay quien no es capaz de copiar y pegar bibliografía por lo menos un pelín más actualizada y descubrir que lo de los tres periodos del Barroco de Bukofzer está ya más que superado. Pero un momento: ¿qué hacemos contándole a una chavala de 2º de ESO lo de los tres periodos de Bukofzer?
Como en los libros de otras materias, se nota también el copia y pega a toda prisa, de bibliografías básicas ni siquiera citadas, pero sobre todo, de ediciones anteriores que hay que redactar de nuevo para incluir aquesta nueva competencia, objetivo, indicador evaluativo o lo que se inventen las altas instancias la semana que viene. Pero siempre con un descaro tremendo y una falta de seriedad y perspectiva crítica demoledora. Como ocurre con la última competencia: he visto uno en el que se subrayaba, no sin la ayuda de un calzador, la cultura emprendedora de... ¡los gremios de los lutieres medievales! Es lógico entonces que las tablas que acompañan "la guía didáctica" o "proyecto didáctico" (ya sabéis, el machistamente conocico como "libro del profesor") acaben siendo loas al estructuralismo pseudocientífico, que ya solo falta vernos con batas blancas, programar y evaluar con microscopios, y nunca más mirar a los ojos a ningún alumno o alumna, convertidos y convertidas en simples número de este teatro. El caso es que esas tablas triunfan porque, si las fusilas en tu programación, resuelto queda el trámite burocrático infame al que nos someten a los y las docentes: relacionar las competencias clave con los nuevos contenidos, objetivos y criterios de evaluación para cada unidad didáctica de cada asignatura. O eso piensan quienes creen que por ser libros homologados estás cubierto ante inspección, que tampoco lo estás, por incongruente que parezca. Cortas, pegas, que ya lo tienes hasta en formato digital, lo envías a Jefatura de Estudios, que a lo sumo le echará un vistazo, y santas pascuas. Y si no hay cambios normativos de un año a otro, cosa bastante rara, pues ni los retocas. Pero ni eso es así, ni la dignidad debería venderse tan barata, caramba. Por ahí no paso ni pasa la mayoría de mis compañeros y compañeras. Pero alguno he visto llamando a las editoriales para exigirles que les envíen el papeleo de forma inmediata... Bueno, en realidad he visto ya de todo. Aún cursando el CAP, la profesora que me lo llevó andaba cabreada porque tal editorial le había comprado un aire acondicionado al Departamento de Sociales, con el alumnado muerto de calor, por cierto. Ahí ya me di cuenta de que algo no marchaba bien. A mí mismo me han llegado a proponer una pizarra digital, pero me negué tajantemente, por principios y porque, además, iba que chutaba en aquel centro con mi proyector y mi pizarra blanca para rotulador. Pero el caso es hay una financiación encubierta de medios que deberían ser dispuestos por la Administración, dejemos a un lado si las pizarras digitales no son sino otro timo para despilfarrar y conceder contratos. El caso es que no podemos privatizar la pública a trocitos, no podemos dejar los derechos del alumnado al mejor postor. Estos libros también suelen ser basura, al menos en mi materia, porque el desorden campa a sus anchas en correspondencia con las ambiguedades e incoherencias marcadas por los diferentes currículos a lo largo de los años. Los de Música están dañados de muerte en Andalucía, especialmente desde que se cargaron 3º de ESO hará algo más de diez años. Cosas parecidas ocurren en otras asignaturas, y siempre se acrecienta el despropósito cuando ciertos contenidos se cubren de forma tan simplista en unos casos, tan profunda pero ingenuamente en otros. En todos los casos, sobresale una clara inadecuación al contexto en el que se impartirán. Por ejemplo, lo de la polifonía nacida en el París medieval, además de ser mentira, es un flagrante caso de etnocentrismo, igual que todo lo que no sea de Occidente es visto como algo homogéneo, negativo, inferior, invisible. Como también hay un problema en la invisibilidad de la mujer, disimulada muy mal, decía, o en su tratamiento micro y macromachista, en Música y en todas las asignaturas. Como también se fomenta la visión del mundo privatizadora y capitalista con aquello de la educación emprendedora, el último gol neoliberal del PP, loando a los gremios con ingenua ironía, pero loando sobre todo a cualquier empresario o cosa que se le parezca de cualquier época antes que a cualquier trabajador actual. Como nunca desfilan personas de clases bajas si no es por ejemplo para inculcar la caridad cristiana o el racismo más paternalista. Como todo lo que se salga de la heterosexualidad normativa es tabú o tragedia chaikovskiana, y eso, a lo sumo. Como cuando la vejez no existe ni en las fotos, como si viviésemos en el mundo de Logan antes de fugarse. O como cuando se ensalzan las fuerzas armadas con un ánimo militarizante. O como cuando se constata que no hay ningún tipo de perspectiva crítica hacia la historia sangrienta, anticientífica, machista, homófoba, moralista y censora de las religiones; antes al contrario, todo son buenas y apologéticas palabras respecto al hecho religioso, pero lo cogemos por los pelos desde la Prehistoria si hace falta, y a sobrecargar luego la historia de la música de obras sacras por encima de todo. Que molan, pero también con distanciamiento estético, no solo con fe por medio. Aún estoy esperando un libro de la ESO en donde, al hablar de los castrati, se nos presente el tema no como un curioso exotismo, sino como algo cruel, mutilador... y de orígenes religiosos, que la mujer no podía cantar en una iglesia por una simple frase atribuida a san Pablo. O donde se nos cuente, tras matizar lo del París medieval, que hubo hasta un papa que espetó una bula prohibiendo esa nueva polifonía que se propagaba, por hermosa, al servicio del placer pecaminoso del oído. Jurjo Torres, que lleva décadas denunciando esta situación y es seguramente la mayor autoridad al respecto en nuestros lares, resumía los males que he ido citando en una reciente entrevista sobre los libros de texto patrios, y apuntaba culpables: En definitiva, aún a día de hoy nos sale, en los estudios que realizamos todos los años que los libros de texto son clasistas, racistas, sexistas, edadistas, homófobos, militaristas y católicos. Puede haber un pequeño cambio con respecto a cuando los empecé a analizar en los 80, pero en líneas generales siguen siendo así, y se explica porque la mayoría de las editoriales pertenecen a grupos religiosos. Y los grupos laicos, como Anaya —aunque compró Bruño, que es un grupo religioso— y PRISA, que es el grupo Santillana, el problema que tienen es que quieren vender libros al alumnado de las clases medias y altas. Esos que están escolarizados en colegios privados y concertados religiosos católicos y, por lo tanto, o incorporas esos contenidos a los libros o, de lo contrario, no los van a comprar. Aún se quedaba corto Torres, de quien recomiendo todos y cada uno de los artículos que recopila en su página web sobre los libros de texto, pues también podríamos hablar de bifobia, transfobia, gordofobia, discafobia, xenofobia (no solo de tipo racista), incitación al consumismo, publicidad encubierta (o no), revisionismo franquista, borbonismo... Además, cambiaría lo de "sexistas" por "machistas" o por "patriarcales", pues ambas alternativas ya implican el sexismo, que ya tiene uno bastante con esos planes escolares de Igualdad de Género pero nunca de Feminismo. O con las demagógicas equidistancias al tratar la Guerra Civil. Pepo Jiménez tiene una antología con un poco de todo en su artículo de grandes pasajes adoctrinantes de libros de texto, pasajes cazados en los últimos años a través de las benditas redes, que para esto no son tan malas; aunque, a propósito, su crítica a la arroba inclusiva de un libro concreto no venía a cuento ni es comparable al conjunto de bestialidades que acompañan su loable compendio. Respecto al racismo etnocentrista de los libros de texto y su raquítica diversidad cultural, quisiera recomendar el artículo "Diversidad cultural y libros de texto", de María Elena Álvarez López, incluido en el libro Educación Intercultural, perspectivas y propuestas (editado en la UNED por Teresa Aguado y Margarita del Olmo). Su estudio está dedicado a los libros de la asignatura de Sociales, pero sus conclusiones, de hace ya casi diez años, son aún hoy igualmente aplicables al resto, y por supuesto a mi materia: Los libros de texto de Ciencias Sociales se basan en el presupuesto de una sociedad homogénea, transmiten la idea de que existen dos culturas, la de Occidente, con toda su riqueza artística, histórica y geográfica; y la de los otros, en la que sólo interesa reflejar su folklore. Los primeros son los responsables de los logros y avances de la humanidad, mientras que los segundos representan el subdesarrollo. Sobre la cuestión patriarcal se puede uno o una introducir con este resumen de Marisa Cohan, y, en particular para la invisibilidad de la mujer, no se debe ser docente y no conocer el informe que Ana López Navajas coordinó para el Instituto de la Mujer en el seno de la Universitat de València. Según sus datos, la representación femenina en los libros de texto no llega ni al trece por ciento, y ese porcentaje tan solo garantiza que son nombradas, nada más. Imprescindible leer este artículo suyo, o cualquier otro de entre los que ha subido a Academia.edu. En fin, no es mi objetivo hoy entrar en más detalles por ahora de de cada una de las miserias que caracterizan a estos libros, reflejos de la sociedad que a su vez colaboran en construir. Podríamos seguir mucho más, pero creo que es suficiente para esbozar una visión general de por qué creo que sigue siendo mejor rehuir de los libros de texto. De los que se nos ofertan. Por lo menos, hasta que no se ataje con determinación una renovación radical del sistema de homologación, que a día de hoy parece más un trámite de comprobación normativa y de rendición de cuentas, a empresarios y curas, antes que un control responsable de calidad. Ahora bien, ojo, que los profes y las profes también estamos para deconstruir y desacralizar los textos, y eso, además, a los chavales y chavalas les encanta. Esa es mi propuesta de afrontamiento más clara desde el momento en el que, por el motivo que sea, asumimos tener el complemento puñetero en nuestras aulas. De hecho, interinos/as en sustitución y funcionarios que no sean jefes/as de departamento rara vez tienen la opción de quitarlo, o de por lo menos elegirlo. Ni siquiera desde la jefatura los puedes cambiar de un año para otro hasta que pasen cuatro. Y luego están las dependencias históricas de las que hablaba más arriba, pero es que nuestra obligación está en adaptarnos a nuestra realidad. Por eso, nada de mirar para otro lado, al revés: cuanto peor sea el libro, pues quizás tanto mejor si aprovechamos para que el alumnado pierda ese extraño respeto a la autoridad que aún emana la letra impresa; aún tanto mejor para inculcar lo más importante que debe inculcar un profesor o profesora: pensamiento crítico. Redundaré en esto último en la segunda parte de esta entrada, y me referiré asimismo a la necesidad de que los y las docentes de la Pública generemos y compartamos materiales propios, y que ello se nos valore de una vez. Pero primero hablaré del segundo gran problema al que aludía más arriba en relación a los libros homologados: el asqueroso dinero. Y matizaré algunas cuestiones del chequelibro andaluz... Dadme un tiempo, y sigo. |
AutorPadre. Profe. De Música. De la Pública. Barroquero. Bachiano. Rockero. De izquierdas. Aliado. Ateo. Republicano. Andaluz. ArchivosCategorías |