Lo que hoy traigo es un Bach tras Bach de lo más original. Normalmente, las versiones, homenajes, covers o como los queramos llamar se modelan sobre la base de poder cambiar la instrumentación, el ritmo, la armonía y hasta los matices; pero la melodía siempre tiene cierta aura de intocable. También se "mancilla" a menudo, por supuesto, pero como un toque de color transitorio, no con el ánimo de reestructurar toda la recomposición. De hecho, en la música occidental, por cuestiones culturales que ahora no vienen al caso, la melodía es la última esencia de una pieza: se puede adornar, y mucho, pero quitarla es acabar con la pieza, cambiarla por completo, cruzar la frontera de la variación y certificar que lo que surge de ahí es en realidad algo totalmente nuevo. Carlo Domeniconi, el mítico autor del Koynbaba o de las Variaciones sobre un tema de Anatolia, entre otras muchas piezas para guitarra que igual merecen la misma popularidad, tiene en su haber una magnífica recomposición de la Chacona para violín de Bach. Y su proceder no es mantener intocable la melodía (ni la armonía como consecuencia), ni la instrumentación, ni el idiomatismo del violín. Su proceder es quedarse solo y únicamente con el ritmo (y con la agógica como consecuencia), realzado este como protagonista absoluto y como fuente borbotante de nuevas miríadas de miradas. Y es fácil obviar que, en rigor, los arpegios del otrora golpe de arco se refunden en acordes en bloque, como en las transcripciones convencionales para guitarra de la chacona, aunque ahora sean acordes renovados. O que al solemne comienzo en puntillo le salga una nota pedal sincopada, como si ya estuviese ahí, bajo la piedra no cincelada de un esclavo de Miguel Ángel. Pero, un momento. Discrepo, Pablo de la primera impresión. ¿No te has parado a pensar que la melodía bachiana ya está ahí también, no ya en la piedra sino en nuestras cabezas, donde ya estalla sin reparo? ¿Que este tipo de obras están pensadas para conocedores ya de cada recoveco de la chacona primigenia? ¿No podría ser que no hace falta enunciar las notas esenciales, pues en esencia sí que nos suenan mientras resuenan sonámbulas? ¿No es de hecho cada nota un adorno, un giro, un requiebro, o mejor, una voluta, una estría, y la columna del edificio ya la ponemos nosotros? Y mejor dicho aún, ¿no son estos más de diez minutos dibujados en el aire por las etéreas cuerdas de la guitarra, sostenidos por la intangible mas poderosa memoria? ¿Y no es maravilloso? Resulta que no parece haber una sola nota que repita en su lugar al saltar los tres siglos y pico; aunque es mentira: claro que la hay, sobre todo el propio bajo, enunciado literal al principio, difuminado al poco. Seguimos aún reconociendo las secciones de cada variación, y aunque cambien las alturas, apenas cambia la dirección ascendente o descendente de los intervalos originales. Ahora bien, si le hiciéramos el análisis shenkeriano, la melodía esencial resultante no sería la de la chacona de Bach, y en eso se diferencia hasta de la improvisación free jazz más deconstructora. Pero el hecho es que está ahí, y que ahí está, viendo pasar el tempo, como tal puerta, pero sin que el tiempo en realidad haya cambiado un ápice la voz de Johann Sebastian. Nada nos impide, Pablos primero y segundo, rítmico y filósofo, disfrutar a la vez del protagonismo del pulso resaltado y de la melodía sugerida. Y tampoco más allá de Bach, de esa mezcla entre el modalismo balcánico y la hermosura de la disonancia emancipadísima ya, es decir, del propio Domeniconi, que esta obra es tan suya como la chacona es de Bach. Y como suele caracterizarse la música enturcada de este egregio italiano aberlinado, el virtuosismo extremadamente preciso es tan necesario como el mimo fluyente del mayor cuidado posible. Pues hete aquí que Dale Kavanagh nos regala la mejor interpretación registrada hasta la fecha, sobrada de ambas virtudes; y si no, comparen. Pero ojo, tengan tiempo a mano, que engancha. Mucho. Eso sí, que alguien toque también y tan bien esto con un violín barroco, por favor. Un servidor, disculpen, que fantasea con los viajes de ida y vuelta a través de las épocas. Bueno, uno no, que hoy somos tres —¿y con cuál se queda usted, lector o lectora?—. Pues sepa que los tres pedimos, además ya de paso, que alguien grabe de una vez las Bachianas Novas de este hombre, que las he visto nombradas en su página web, y que al parecer homenajean a Bach y a Villalobos a un tiempo, ahí es nada... Foto de David John: Carlo Domeniconi. |
AutorPadre. Profe. De Música. De la Pública. Barroquero. Bachiano. Rockero. De izquierdas. Aliado. Ateo. Republicano. Andaluz. ArchivosCategorías |